No voy a insistir en lo absurdo de que los españoles de hoy, que se parecen poco a los magníficos conquistadores de antaño, deban pedir perdón por el descubrimiento (para Europa) y colonización de América a los mexicanos o peruanos actuales, que se presentan como herederos de los agravios cometidos contra los pueblos indígenas que habitaban lo que luego, gracias precisamente a la colonización española, fueron México o Perú. Como se ha dicho repetidas veces, es una exigencia tan disparatada como exigir al presidente italiano Sergio Matarella que se excuse por las perrerías que los romanos de César le hicieron a Vercingetorix, a los pictos o a Asterix.
La verdad es que nadie cree en semejante reparación con muchos siglos de retraso, que es una especie de farsa de mal gusto en la que adoptan papeles postizos los oportunistas del presente. Quizá Urtasun, ministro de Cultura porque carecía de ella y le han dado una ocasión de adquirirla, se tome en serio este arrepentimiento descolonizador a toro pasado (si me perdona la expresión taurina), pero pocos más. Desde luego en México, gran país que tengo la suerte de conocer bastante bien y apreciar de corazón desde hace mucho, pocos se presentan como aztecas hereditarios y piden revancha contra Hernán Cortés. Claro que la gran mayoría de los mexicanos que he tratado son bastante más inteligentes que Urtasun y se preocupan con mejor tino de los verdaderos y muy graves problemas que tiene su patria, de los cuales desde luego España no es responsable.
Mayor responsabilidad, en cambio, tiene Andrés Manuel López Obrador, populista carismático por el que siento más simpatía personal que estima política. La gestión presidencial de AMLO no ha sabido remediar la agobiante violencia que padece el país, ni las desigualdades ancestrales que lo lacran; ha empeorado la entrega del poder social al narcotráfico y acaba de cometer una reforma perversa de los jueces que aumentará la corrupción demagógica de estos actores fundamentales de cualquier democracia. A pesar del balance autocomplaciente que el presidente hace de su mandato en su reciente libro ¡Gracias! (Ed. Planeta) que ha tenido la amabilidad de enviarme, lo único que podría responderse es con un castizo «no hay de qué».
De modo que resulta poco elegante pero comprensible que AMLO se invente algún insólito enemigo histórico, España en este caso, que sirva de cortina de humo y chivo expiatorio para disimular las graves deudas políticas que deja pendientes. Deudas que traspasa a su distinguida sucesora, una especie de rígida señorita Rottenmeier que se pliega a fingirse ofendida por el silencio del rey Felipe VI ante una carta pidiéndole un acto de contrición porque hace siglos otros españoles fundaron las primeras universidades y acabaron con los sacrificios humanos. Gran cortesía la de nuestro Rey al hacerse el distraído ante semejante misiva risible… En fin, el desplante de la nueva presidenta no invitando al monarca supone un mal síntoma para los mexicanos, pero nada que deba preocupar demasiado a los españoles.
«Lo preocupante es la reacción de algunos de los principales apoyos del Gobierno, lanzándose con este pretexto contra el Rey»
Lo preocupante en cambio es la reacción de algunos de los principales apoyos del Gobierno, lanzándose de inmediato con este pretexto contra el Rey y de paso contra el sistema constitucional que encabeza. Diputados de EH Bildu, Sumar, Podemos y BNG, los siete enanitos de nuestro tablero político, han decidido de inmediato acudir a la toma de posesión de Sheinbaum para demostrar que ellos rechazan la representación de nuestro país por Felipe VI. Prefieren hacer de indios, aunque se les nota que sus plumas son de guardarropía. Así aprovechan además la ocasión para codearse aunque sólo sea virtualmente con Maduro, Putin y líderes semejantes que sí merecen su admiración.
El editorial sobre el asunto de El País, que como siempre hay que acotar con un «je, je, je», reprocha a la nueva presidenta su veto porque no favorece la debida reflexión de España sobre sus culpas en el Descubrimiento, que los editorialistas por lo visto siguen esperando al lado de otras figuras del pensamiento universal como Urtasun, Pisarello, Ana Colau, Íñigo Errejón y Yolanda Díaz. ¡Ah, se me olvidaba Irene Montero, la exministra de Igualdad! Siempre que oigo el título de ese ministerio, tan urgentemente necesario, recuerdo la coplilla que recitaba mi madre cuando éramos pequeños:
«¡Igualdad! Oigo gritar
Al jorobadoTorroba.
¿Quiere verse sin joroba
O nos quiere jorobar?»
Lástima que ya no queden aztecas antropófagos para que se zampasen a nuestros fastidiosos enanitos…