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Con mi agradecimiento

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La nota que escribo hoy tiene como motivo un programa de La Sexta que no he visto. En primer lugar, porque no veo La Sexta (aunque aún estoy fuerte, debo cuidar ya mi salud) y aún menos el programa en cuestión, ‘Salvados’. Ya me parecía abominable con su presentador anterior y no digamos en su etapa actual, llevado por un maleante moral sin escrúpulos de los que desdichadamente pululan por las televisiones «progresistas» (¿?). Desde luego ya sé que hay gentuza a derecha e izquierda, pero la de izquierdas se exhibe hoy con especial impudor porque supone que cae bien a la mayoría aborregada. Que aprovechen, que disfruten ahora, porque las nuevas huestes juveniles que llaman a la puerta están cada vez menos dispuestas a reírles las gracias. Pues resulta que el programa en cuestión se llamó «Txakurras», o sea «perros» en euskera, el apelativo denigrante con el que fueron conocidos los miembros de las fuerzas del orden y los escoltas en el País Vasco mientras duró la hegemonía social y moral de los terroristas. Si quieren conocer una excelente semblanza de «Txakurras» en La Sexta pueden leer el artículo ‘Salvados, los escoltas y las malas víctimas‘ de Marcos Ondarra en este mismo digital. No tiene desperdicio aunque revuelva la bilis a los bienacidos. Responde al viejo dogma «progresista» (¡puaj!) que todos conocemos y que, si no me equivoco, sigue vigente: un asesino de izquierdas siempre es preferible a una víctima de derechas. Así nos ha ido, así nos va.

«Ya sé que hay gentuza a derecha e izquierda, pero la de izquierdas se exhibe hoy con especial impudor porque supone que cae bien a la mayoría aborregada»

En «Txakurras» un grupo bien seleccionado de antiguos escoltas se despachó contra sus protegidos, contando que eran unos «flipaos», tenían amantes, les gustaban los puticlubs y las fiestas (vaya, como a los socialistas andaluces), pedían más atentados (¿a quién se los pedían?, ¿tenían el teléfono de Artapalo?) y alguno hasta cantaba el «Cara al sol» en las herriko tabernas, algo tan probable y sano como bajar a la fosa de las Marianas, sacarse el respirador de la boca y entonar a capela «Yellow Submarine». Sobre todo quedó claro que eran de derechas, incluso muy de derechas. ¡Qué cosas pasan! Resulta que los perseguidos y amenazados eran de derechas, como los malos, y, en cambio, los asesinos que pretendían matarles eran de izquierdas, como los buenos. ¡Las vueltas que da la vida! En cuanto a las aficiones lúbricas y juerguistas de los escoltados, imposible negarlas de alguno (por ejemplo yo) pero de otros tengo mis dudas. Además, se supone que llevábamos escolta para poder hacer vida normal, no para regenerarnos de nuestros vicios. Si a alguno le gustaba ir al puticlub, los escoltas le acompañaban para que pudiera ir con seguridad, sin que le asesinara un palurdo con cerebro de boina de los que tantos corrían por nuestras calles (hoy suelen estar ya en el Parlamento Vasco). ¿Qué es lo que hace en sus ratos libres el repulsivo Gonzo, ir a la novena o al cine-fórum? Seguro que los escoltados en aquellos años de plomo de Euskadi tenían tantos pecados en sus conciencias como cualquiera de nosotros, pero no se dedicaban al crimen organizado ni a la extorsión de sus conciudadanos como sus perseguidores. Quizá fuese porque afortunadamente eran de derechas o se portaban como si lo fueran…

Hablaré de mí, que soy el que tengo más a mano. He llevado escolta más de diez años, tanto privada como pública. La primera me la puso Jesús de Polanco, que siempre fue muy generoso conmigo, cuando asesinaron a mi amigo Francisco Tomás y Valiente, con quien había compartido actos públicos sobre nacionalismo, terrorismo, etc. A lo largo del tiempo he hecho amistad con varios de mis forzados acompañantes y les estoy profundamente agradecido a todos. Ninguna queja, siempre se portaron con escrupulosa profesionalidad y hasta delicadeza para hacerme más llevadera mi situación. Creo que su afecto humano no tenía nada de fingido: recuerdo a un excelente muchacho extremeño que escoltaba a mi Sara y soportaba con humor los «sustos» que ella le daba, desapareciendo en una tienda y saliendo por otra puerta para tocarle por atrás en el hombro, etc. En el tanatorio donde velamos a Sara era el único que lloraba más que yo. En la famosa jornada del Kursaal, cuando «casé» a Mayor Oreja y Redondo Terreros, pedí a los numerosos asistentes, entre los que estaban lo mejor y más libre del País Vasco, un aplauso para nuestros escoltas que aseguraban la reunión. La ovación fue unánime. Ahora una señora socialista, claro, se encarga en el País Vasco de facilitar la excarcelación de los asesinos contentos de serlo y un programa de mierda manipula a los escoltas más vulnerables para que insulten a quienes custodiaron. Son los nuevos tiempos que han traído Sánchez, sus voceros mediáticos y sobre todo sus votantes.


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